Rue de la Huchette
- Gerardo Javier Garza Cabello
- hace 2 dÃas
- 2 Min. de lectura
Actualizado: hace 2 dÃas

Nunca habÃa heredado un fantasma, y como si me estuviera mudando a una casa donde una habitación debe permanecer siempre cerrada, asà hay algunas estaciones en su alma que rebotan ecos de una vieja tristeza que a veces recuerda que puede latir. Quisiera pensar que nos hemos deshecho de él. Por eso decidà dejarlo en un lugar que para mà es tan mágico que espero que no quiera irse jamás de ahÃ: debe estar sentado en la mesa #7 de Rue de la Huchette, en el barrio latino de ParÃs. Y no, no se merece un sitio tan increÃble, pero no quiero que deambule más por aquÃ. Por eso le regalé un lugar sagrado para mà para que pudiera estar quieto.
Y es que se volvió tan tangible ahÃ, bajo esa luz tibia donde la memoria a veces respira, fue ahà que quise hablar de él mientras aún tuviera paz para hacerlo. Y aunque ella me ha jurado que su recuerdo ya no pesa, he aprendido a llevar el silencio que a veces la envuelve como una segunda piel que porto con cierta pesadez, para que ella pueda sentirse ligera de nuevo. Y le creo -con la fe desesperada de quien encontró un sueño que querÃa ser soñado- cuando me dice que ha dejado ir.
Pero a veces el aire se congela, y en un gesto, en una palabra, en la sombra de una risa que no nació aquÃ, se refleja en mà el destello de una anécdota ajena. Entonces siento el frÃo de una cicatriz que yo no abrÃ, pero que parece aguardar, paciente y cruel, cualquier rendija por donde asomarse. Y aunque no sea necesario, dÃa a dÃa construyo un refugio para que estemos en paz, y sin querer, al hacerlo, terminé mostrándole el amor que necesitaba.
Y la amo. La amo con todo y esa herencia tan pesada, incluso cuando se pregunta si el amor dejará algún dÃa de ser esto tan sagrado. Y ella me ama también; lo sé porque ni siquiera necesito preguntármelo. No lo habÃa entendido entre tantos poemas y libros: asà era como debÃa sentirse, la simple certeza de saber que no hay duda alguna de su vida en la mÃa.
Hoy regreso al misterio que nos envolvió en aquel revoltijo cósmico de destinos, acomodando planetas, estrellas y lunas para que mi memoria llegara hasta ella. Para que le pareciera, de pronto, una idea hermosa y valiente cederme un pedacito de su vida.
Herencia de aquel pasado, bajo el piano desafinado del bar que más he amado, te dejo ahà para que escuches el rumor de conversaciones ajenas. No quiero que salgas nunca de ese lugar. No mereces, es cierto, una eternidad en un sitio tan peculiar, pero tampoco deseo que estés en un lugar tortuoso. Porque a donde vamos nosotros, ella y yo, no podemos cargar con malos recuerdos. Vamos ligeros. Queremos llenar los dÃas simples de flores frescas, de besos que saben a café por la mañana, de un amor tan sereno que inspire a los poetas a decirles a los mortales que, bajo alguna estrella complaciente, existen dos seres tocados por un misterio divino y terrestre: el de curarse mutuamente.





