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entre capítulos



No creo en fantasmas, ni en casas encantadas, ni en el folclore de huellas dejadas en escaleras bañadas por la luna. Creo, en cambio, en el calor de una nostalgia insomne, en revivir ayeres con manos temblorosas, en pintarte de sepia y dejarte colgada en los museos de mi memoria, en reescribir latidos hasta que el corazón vuelva a sentir. Borro los moretones de mi piel, silencio los gritos que deshilacharon la noche y coso mis cicatrices en las estrellas. Todo para fingir que no fui yo la tormenta que rompió mis propias ventanas.

Me volví un cartógrafo de ciudades hundidas, dibujando mapas hacia lugares que ya no existen. Me arrodillé en los altares del “quizá” y encendí velas por caminos que no tomé, labios que no besé, palabras que se derritieron en mi boca como sal. Pero la memoria es una ladrona: me robó los bordes, limó los cuchillos y me dejó susurrando a las sombras como si pudieran responderme. Qué locura llorar por un yo que nunca existió, añorar un amanecer que solo brilló en mi imaginación.

Llevo viejas estaciones en la maleta: un boleto de tren, el olor de tu cabello, un mensaje de voz, y juro que esos fragmentos pesan como océanos. En mi desesperación, arrastro mis anclas, se pudren mis cuerdas y me quedo varado en orillas donde hasta mi mirada me resulta ajena. Te llamo “hogar” y construyo museos con mis heridas, pulo las vitrinas y me pregunto por qué el aire se siente tan frío. Te empiezo a reconocer.

Me burlo del pasado, tan teatral; lo imagino como una puesta en escena. Ensayo los diálogos, reescribo el guion, me pruebo los trajes de lo que fui o de lo que quise ser. Pero el telón cae. El público se va. Y una noche despierto con el murmullo hueco de mi monólogo repitiéndose en un eco que suena a la voz de un desconocido. Siento lástima por él. Tantos años curando un mito, solo para darme cuenta de que olvidé vivir al hombre por aferrarme a la obra.

Invento historias para ganarle al tiempo, para fingir que soy más que huesos pidiendo prestado un poco de vida. Y me vuelvo el silencio entre capítulos. La tinta corrida. El paréntesis abierto, esperando un final que no quiero escribir.

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