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las cosas invisibles

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Esta ciudad no grita, murmura, pero hay que aprender a escucharla, desmenuzar su coreografía desordenada, su indiferencia, la belleza de sus semáforos cansados y su condena de insomnio que ensordece. Las pequeñas historias que se esconden entre oleadas de nomadas, la magia de la mujer que riega sus plantas en el balcón de un tercer piso, sin saber que alguien, desde abajo, la ve y se siente en casa, el anciano que saluda a un perro callejero porque el no lo juzga por tambien, andar sin rumbo.


Esta ciudad está fracturada de indiferencia, de los que nunca se enteraron que en los detalles está su magia, sin el filtro disonante de una fotografía que solo sirve para alguien más. Pero lo real; lo esencial. Ocurre en la esquina donde se amasa el pan, y si tienes suerte, verás al niño que fue enviado por su madre por un par de hogazas y en bicicleta sigue su andar, teniendo que esquivar al turista surreal que nunca tiene rostro pero que siempre está.


Y hay filosofía en eso, en reconocer que no todo tiene que doler para tener profundidad, que todos los días son lienzo, que doblar la ropa, abrir las cortinas, escuchar la misma canción en la misma estación cada jueves, puede ser también un rezo. Quizás el problema no es la ciudad sino ignorar lo que está quebrado, ignorar la poesía escondida y las cosas pequeñas. Y qué injusto, pienso, que el mundo esté tan lleno de poesía, y tan poca gente la sepa leer.


Yo quiero escribir sobre eso, sobre lo que no se nombra, sobre lo que sucede en los márgenes de los planes, sobre la belleza imperfecta de un dia cualquiera, sobre las luces que solo brillan los que las quieren mirar. Porque si algo me ha enseñado esta ciudad, es que las cosas invisibles también sostienen al mundo.

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